De todas las leyendas que explican el origen del té en la India, una de las que más me gustan es la que vincula budismo y té.
La leyenda
Hace unos mil quinientos años, hubo un príncipe hindú, Bodhidarma que decidió abandonar la vida fácil de la corte y dedicarse a la vida contemplativa.
Pasado un tiempo consideró que era el momento de ponerse en marcha y difundir el budismo, puso rumbo a China y tras estar un tiempo trasladando la filosofía budista desde la palabra, prometió pasar nueve años meditando.
Buscó acomodo en una cueva, se sentó frente a un muro y dejó transcurrir el tiempo. En muchas ocasiones le rondaron la fatiga y el sueño, a los que pudo vencer, hasta que un día cayó desfallecido.
Al reanimarse se enfadó muchísimo consigo mismo por haberse dejado caer. Como autocastigo se arrancó los párpados y en el lugar que cayeron, pasado el tiempo, nació un arbusto de lo que fue la primera planta de té.
Los beneficios del té
Los budistas incorporaron muy pronto la ingesta de té a sus costumbres. Poco a poco, fueron descubriendo que esta bebida saludable, les permitía recuperarse de la fatiga diaria y alejar la somnolencia. Esto los predisponía fácilmente a una mejor práctica de la meditación, logrando el autoconocimiento y la iluminación. De este modo el té resultaba muy beneficioso para el cuerpo y para el espíritu.
Dharamsala
En Dharamsala se encuentra uno de los mayores enclaves de budismo del mundo. Lugar de residencia del Dalai lama desde que huyó del Tibet ante la invasión china, acoge unos doce mil tibetanos que han hecho del té verde una bebida habitual en sus vidas y en sus meditaciones.