En más de una ocasión, pensé que como siempre me fascinaron los rituales y las leyendas, al resto del mundo también debían de gustarle mucho… También creí que esto ocurriría con los niños, quizás por lo abiertos que están a aprender y experimentar; especialmente cuando se trata de historias de lugares misteriosos y lejanos.
Hoy por hoy no creo que esto ocurra con todos los adultos – el concepto de normal es muy, pero que muy relativo… -, ni con todas las niñas y niños. Pero sí ocurre y sigue ocurriendo con algunos «peques».
La magia del ritual
La primera vez que hablé de la Ceremonia japonesa del té a mi sobrina Alex -entonces tenía 9 años-, me escuchó con atención y me hizo un par de preguntas inteligentes. Al nuevo encuentro familiar aporté una crema de matcha y se enamoró. La siguiente vez me pidió que le enseñara a preparar el té y que le contara la historia.
De modo que elegí cuidadosamente los utensilios imprescindibles de todo Cha no yu y esperé la ocasión. En un momento dado de la nueva reunión, expliqué lo que iba a hacer con Alex e invité a los demás a acompañarnos.
Creo que no se dieron cuenta de lo que proponía, pienso que no era su momento; De manera que la niña y yo nos escapamos al jardín y montamos nuestra pequeña íntima y especial Ceremonia japonesa del té.
Cha no yu en el jardín
Antes de empezar le expliqué cuatro cosas y le indiqué que apenas hablaríamos. Le dije que esto era una ocasión para que se escuchara y estuviera atenta a lo que iba a ocurrir delante de ella.
Recuerdo como mi sobrina fue poco a poco aquietando la respiración, cómo observaba entre expectante, sorprendida y finalmente absorta, los lentos movimientos con los que purifiqué los utensilios; cómo mordisqueó con curiosidad el wagashi y aspiró con fruición el aire, cómo se detuvo ante la desconocida belleza del chawan y se dejó impregnar por el aroma herbal del matcha. No hubo necesidad de palabras, solo gestos, silencios y el sonido del agua y de todos y cada uno de los suaves y cuidados movimientos.
Hoy, ordenando fotos, he encontrado una que un querido demiurgo recientemente rescató, en la que las dos absortas andábamos sumergidas en el ritual. Y sí, la espiritualidad va más allá de la religión, entrenarla y dejarla fluir es un placer y una necesidad.