Una antigua leyenda japonesa, cuenta como una hermosa diosa nipona quedó sumergida en una inmensa tristeza por amor; lloró, lloró y lloró durante un tiempo inmenso, y de sus lágrimas brotaron islas que conformaron lo que hoy se conoce cómo el archipiélago del sol naciente. Siglos más tarde, surgirían guardianes para proteger sus costas y territorios. Esos guardianes, durante siglos, fueron los samurais.
Los samurais y su conexión con lo espiritual
Los samurais empezaron siendo soldados imperiales encargados de la defensa del emperador, y para ello tenían que estar a su lado. La palabra sabuna que significa «estar al lado», derivó en saburai, y posteriormente en samurai, servidor. Fue un término que se aplicó a los militares de cierto rango, que pertenecían a las clases guerreras, una categoría reconocida por la corte y por el pueblo, honorable y refinada, con un código estricto y cuidado, y un modo de entender la vida con una importante conexión con lo espiritual.
Cada vez que tenían que iniciar una batalla, se recogían en un Cha no yu, una Ceremonia japonesa del té, para templar su espíritu y abordar la lucha desde un lugar justo y honorable. Al acabar la pelea y regresar al hogar, también necesitaban de este acto meditativo y consciente para tranquilizar su corazón, y enlazar de manera atemperada con el resto del mundo y de la vida.
Teísmo y té
Y es que los antiguos samurais ya practicaban el teísmo, la filosofía que subyace en la ceremonia del té; en cierto modo, el taoísmo camuflado en los aspectos más formales de un ritual. De la misma manera que el arte y el hacer samurai, la belleza que se aprecia en la ceremonia del té, la practicada por los monjes zen, es de una belleza profunda y misteriosa (Yugen), discreta, cómo la pureza de un paisaje frío y solitario, de una limpieza íntima, plácida, necesitada de una profunda e intensa espiritualidad, la que reside en el Chado, o Camino del Té.